jueves, 11 de marzo de 2010

la punta de los lapiceros



Mariana era una niña callada, solitaria y ausente...la mayoría de los días se los pasaba sola en el bosque cercano a su casa con su cuaderno de dibujo, dibujando y coloreando soledades.

La Navidad pasada su padre se había marchado de la casa familiar, no sin antes dejar para Mariana bajo el abeto un regalo:
Una caja metálica de lapiceros de colores...de 48 colores para ser exactos.

Mariana, al abrir el paquete presa de una emoción contenida pero emoción al fin y al cabo, se encontró con un arco iris elevado a la máxima potencia de colores impensables....estaban todos, pensó: el tono de la piel, el del melocotón maduro, el dorado de la puesta de sol, el plata de un amanecer...
hasta incluso el blanco, ese color tonto que nunca usaba, pues blancas eran las hojas de papel sobre las que pintaba.
El color del cobre del cazo viejo, el gris nubarrón de granizo, el negro de la pena, el amarillo del sol y el de las plumas de los canarios, el rojo de la sangre tiñendo el camisón de su madre, el rojo más oscuro de esa mancha sobre la alfombra del salón que nadie había conseguido limpiar, el marrón de los ojos de su padre, el naranja de la yema del huevo frito, el azul del mar, el verde de otro mar....curioso pero si, el mar puede ser azul y también verde, o al menos eso ponía en los libros que leía... todos los colores que Mariana podía imaginar estaban metidos en aquella caja metálica que su padre le dejó, antes de irse para siempre aquella Navidad, bajo el abeto.

Mariana cuidaba aquellos lápices de colores como si fuera su gran tesoro.
Se esmeraba en sacarles una punta afiladísima. Era lo que más le gustaba hacer tras acabar de pintar, afilarles la mina hasta límites insospechados...siempre apurando un poco más, siempre desafiando a la rotura de la mina, cosa que sucedía muy a menudo...y tras la rotura, vuelta a empezar.
Mariana no esperaba a gastar la punta para volverlos a afilar, quería que siempre estuviera afilada, por lo que se pasaba la mitad del tiempo pintando y la otra mitad afilando las puntas de los lápices.
Una tarde, mientras pintaba nubes con el color de la tormenta y el del sol de otoño, se dio cuenta de una fatalidad....los lapiceros antes largos, esbeltos y proporcionados eran ahora cortos y como enanos....quedaban sueltos en sus carriles de la caja metálica y por más que lo intentaba no conseguía ponerlos en orden por que cada uno tenía un largo distinto al anterior, eso si, todos conservaban unas puntas magníficas.

¿Qué iba a hacer si sus lápices se acababan?
¿Quien le iba a regalar otra caja de colores?

Aquella noche Mariana no pudo dormir y tras mucho reflexionar en el silencio de una noche del color de la tristeza, tomó una decisión: Gastaría las puntas de sus lapiceros hasta que fueran romas y pequeñas, así quizás le duraran un poco más.

Se dio cuenta de que las puntas de los lápices, aunque se desgastaran, pintaban de igual modo, el azul tarde de verano, el violeta, el amarillo limón...todos los colores eran capaces de pintar perfectamente aunque sus puntas no fueran cónicas, finas, perfectas...incluso Mariana se dio cuenta que había colores que pintaban hasta mejor, pues con las puntas más gastadas podía dar unos matices con cada tono que antes, cuando tenían la punta afilada, era prácticamente imposible de conseguir.
Mariana, feliz, contempló su caja de colores; unos como enanos, otros medios, otros largos todavía, como recién llegados, una familia heterogénea de lapiceros y pensó por un instante lo tonta que había sido por afanarse en sacar punta y más punta para tenerlos siempre todos afilados....¿para qué?....para perderlos, para acabarlos sin que le mostraran todos sus tonos, para acortar la vida de su arco iris elevado a la máxima potencia....
y entonces, sólo entonces, comprendió cuánto color había desaprovechado.


**Para que no dejemos de reflexionar y de valorar todo lo que tenemos a nuestro alrededor, sea nuevo, perfecto, a estrenar...o en cambio, desgastado, pulido o falto de brillo.
Por que nos siga conmoviendo la belleza de lo perfecto, de lo sublime y equilibrado pero también nos conmueva la hermosura de lo imperfecto, de lo absurdo o sin equilibrio.**
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